martes, octubre 09, 2012

Después de cumplir años, de los besos, abrazos y saludos recibidos, nada mejor que compartir con ustedes un relato...Un día en la vida de Lucila... que bien puede ser en la vida de cualquier mujer, se los presento.




Un día en la vida de Lucila

El despertador sonaba a las seis. La mañana comenzaba muy temprano para Lucila. Todavía escondida entre las cobijas, estiraba el brazo con torpeza y se despertaba cuando lo escuchaba rodar por el piso. A pesar de su cansancio y de sus ganas de abandonar la rutina, se levantaba contenta. Octubre era la época del año que más disfrutaba, la que sentía fluir por sus venas como una inyección de energía. Con el pijama puesto iba hacia la cocina. Caminaba lento y se llenaba los pulmones del aire con olor a cítricos que el desodorante de su marido había dejado flotando por el ambiente. Una razón más para contentarse, los olores eran indispensables en su vida. Se asomaba por la ventana y veía cómo el cielo se despertaba y se teñía con la luz del sol. Tomaba la caja de fósforos y con cuidado para que la brisa que entraba por la ventana no se lo apagase encendía la hornalla. Después apoyaba el jarro de leche fría sobre la llama y se mantenía fiel a su lado esperando que hirviera porque limpiar la leche derramada la ponía de muy mal humor.

Desde que se despertaba hasta que salía camino a la escuela, pasaba tan sólo una hora en el reloj, en medida cronológica una cita con el ayer. Era inevitable que algún capítulo de su vida no estuviese presente en aquel momento de la mañana que la invitaba a viajar al pasado, casi sin que pudiese advertirlo. El olor de las tostadas, el café recién preparado la ayudaban a memorizar momentos de su niñez. Recordaba su casa de la infancia, su mamá y sus hermanos. Se sorprendía a sí misma de estar ocupando aquel lugar que parecía tan lejano cuando era pequeña.
Cuando menos lo imaginaba, una mano pequeña golpeaba su espalda y le decía en voz baja:—Mami, ya estoy lista.Entonces se daba vuelta y el presente se reflejaba en los ojos de su hija. Se miraban, se abrazaban fuerte y Lucila volvía a ser mamá en segundos. Tomaba el cepillo, peinaba el cabello de la niña y descubría recién en ese momento que el tiempo que había transcurrido entre su fugaz recuerdo y la realidad, parecía haber sido toda una vida. Después se cambiaba, abandonaba el pijama y antes de salir del cuarto miraba otra vez el reloj. Eran las siete de la mañana. A las siete y cuarto, bajaban por el ascensor, salían juntas de la mano y acompañadas por el sonido de las ruedas de la mochila sobre las veredas, se despedían con un beso eterno en la puerta del colegio.

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