La consigna era escribir a partir de lo escrito.....Me encantó hacer este trabajo.
“Pero en
definitiva ¿qué es lo Nuestro? Por ahora, al menos, es una especie de
complicidad frente a los otros, un secreto compartido, un pacto unilateral. Naturalmente,
esto no es una aventura, ni un programa,-ni menos que menos un noviazgo. Sin
embargo, es algo más que una amistad.”
Así definía Juan lo que sentía por Eleonora, un vínculo
sin restricciones perpetuado en el tiempo, que los hacía ir por la vida sin
advertir que estaban envejeciendo juntos. Tenían las manos arrugadas y los
rostros translúcidos. Cuando se encontraban, sentían un entusiasmo enloquecedor
y los dos habían aprendido, con el paso de los años, que las palabras no
siempre eran necesarias y que el silencio hablaba cuando se hacía presente y
tangible. Si compartían un café, nunca faltaban los gestos de caballerosidad
por parte de Juan, le separaba la silla, le quitaba el abrigo y le entregaba un
chocolate con el sólo pretexto de rosarle las manos. Después del café caminaban
alrededor de una plaza y buscaban el tronco del ciprés en el que habían dejado
grabadas las iniciales de sus nombres, luego se sentaban a descansar en un
banco y se contemplaban tan embelesados, como cuando se vieron por primera vez.
Para Juan y Eleonora
no había otro placer más intenso que verse, escucharse y reír juntos. Pero
aquel universo que les pertenecía no siempre les devolvía las mejores
sensaciones. Un día mientras Juan la esperaba, sintió que la desesperación se
apoderaba de todo su ser.
Él sabía que ella
no vendría a su encuentro, la conocía tanto que solo algo malo podía presagiar,
se sentía incómodo y su corazón latía tan rápido que podía palparlo a través de
su camisa. Entró a un bar para tratar de calmarse y poner en claro aquella mezcla
de sensaciones que por ratos no lo dejaban respirar, allí pensó que ella podría
estar esperándolo en la plaza donde antes caminaban, y salió a buscarla, lento,
conmovido, pero seguro de que la encontraría.
Llegó al lugar. La
soledad lo apabulló pero su perseverancia ganó la batalla entonces como pudo se acercó al árbol de las iniciales
y por sorpresa la vio a ella sentada y hablando sola. El silencio volvió a
reinar entre los dos, se agachó, la miró a los ojos y la abrazó muy fuerte,
después posó sus manos sobre aquel rostro, tibio, arrugado, pero todavía terso,
le dio un beso de amor infinito y le prometió no abandonarla jamás.
Eleonora ya había elegido irse de viaje quién sabe adónde
y Juan ni siquiera lo dudó, hizo sus maletas y escapó con ella.
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